Acabo de leer esta magnífico libro de Jaume Josa (Josa,
2011), y no he podido evitar la tentación de explicaros todo lo que me ha hecho reflexionar recordando las razones por las que me hice profesor, profesión vocacional de la que debemos estar muy orgullosos.
En el mismo, aparecen una serie de recetas y antes de enumerarlas y explicarlas, para
nuestro asombro, ya nos invita a olvidarlas
y a ser capaces de crear nuestro propio decálogo.
El estilo es desenfadado
por lo que la lectura es liviana. A medida que vamos leyendo, parece que le
estamos oyendo, que nos acercamos a él y consigue que nos sintamos identificados,
nos adentra en este mundo tan apasionado que es la educación.
Nos hemos parado a
reflexionar en algún momento ¿qué es lo que enseñamos a nuestros alumnos? ¿ por
qué no hemos sido capaces de hacernos entender ? ¿ por qué no somos capaces de
conectar con ellos? ¿ fallan ellos o hemos fallado nosotros?
“¡Señores y señoras, niños
y niñas, bienvenidos al gran espectáculo de la educación. La función está a
punto de empezar. (…) van a ocurrir cosas extraordinarias. (…) nos vamos a
divertir!” (2011, p. 92).
Tal y como nos comenta el
autor debemos ser capaces de convertir la educación en un espectáculo que nos
permita ser escuchados, que nuestros alumnos se maravillen de nuestra dinámica
de clases y, al mismo tiempo, sentar las
bases de lo que va a ser su vida profesional en el futuro: aprender y formarse
constantemente.
Nos plantea qué se
debe enseñar dando importancia a la comunicación y a los idiomas. En referencia
a la comunicación, nos recuerda (2011, p. 101-106) que está presente en todos
los aspectos de nuestra vida, por lo que ser un buen comunicador es
indispensable para sobrevivir en el mundo laboral. Sin embargo, en este sentido
hay una laguna muy profunda en nuestro sistema educativo, no hay una asignatura
en la que se enseñe a ser un buen orador, a realizar un buen porwer point, a
modular la voz, a tener estrategias para “enganchar” a los oyentes, a tener una
correcta postura corporal, etc. Nuestros alumnos deben ser capaces de hacer una
buena presentación y de hablar en público sin ponerse nerviosos. De este modo
transmitirán sus conocimientos y aumentará su valía profesional.
Es importante que
nos demos cuenta que es precisamente a través del lenguaje como podemos expresar
nuestras ideas y desarrollarlas. Si nuestro vocabulario es rico, también lo
serán nuestras ideas. Para convencer a nuestros alumnos es preferible que lo hagamos a través de la
literatura y sus ídolos actuales con los se sienten identificados. Para ello, el
autor nos propone cambiar y abrirnos a su cultura.
Otros de los puntos controvertidos y de rabiosa
actualidad es el de los deberes. Los define como una tortura (2011, p.138) y cómo se
replanteó sus ideas sobre el tema llegando a la conclusión que todas las tareas
prácticas se deben hacer en clase. El resultado mejora, los alumnos prestan más atención y aprenden mucho más. No
entiende la utilidad de las mismas en casa ya que si los alumnos han comprendido
lo explicado en clase ¿qué sentido tendrían? Y si no ha sido así, ¿lo
aprenderán por arte de magia? El único que podemos provocar es
cansancio, angustia e inseguridad en aquellos alumnos que ven como dedican
horas a la materia y no llegan al nivel de sus compañeros. La solución está en
una enseñanza individualizada, en la que los profesores les enseñemos y, según
su nivel, a gestionar su tiempo y su información. Hagamos, pues, los deberes en clase, para ayudarles, y podrán
aprender según sus capacidades y alcanzando mayor satisfacción.
No elude el debate de los exámenes (2011, p.145-161). Aunque
no está en contra, cree que si los tiempos cambian, los exámenes también: en la
era del acceso rápido a la información, no podemos estar obligando a los
alumnos a aprender de memoria conceptos que pueden encontrar rápidamente en
internet. Valora muy positivamente la evaluación en conjunto y/o en clase. Se
trata de una idea controvertida pero que argumenta como una preparación a la
forma de trabajo actual. Los exámenes deben ser acorde a lo enseñado y, por
tanto, no deben ser complicados garantizando con ello el éxito de todos.
La educación, nuestro trabajo, es apasionante y debemos evitar caer en la rutina: cada día los alumnos nos plantean
nuevos retos y no se trata de ganar o perder, sino de disfrutar resolviéndolos.
De este modo, disfrutando, llegaremos al éxito: la educación integral de todos
ellos
Os invito a todos los que
estéis relacionados con la educación (profesores, padres, alumnos, etc.) a
conocer a Jaume Josa.
Bibliografía:
Josa, J.J., (2011), Educar
no es fabricar galletas, Madrid, España: De buena tinta.
Eva Bondia
Dpt. Ciclos Formativos Pàlcam